Llego a fin de año intelectualmente cansada, sintiendo una mezcla entre incredulidad y dificultad para expresar lo que mastica mi cabeza. Fueron tantas las emociones y tan diversos los estímulos de los últimos nueve meses que aún no logro parir del todo el resultado.
Este año conocí personas que, al igual que este animalito lleno de miedo, abusan de los atributos agresivos de su personalidad para espantar posibles amenazas. Su constante auto persecusión les hace prevenir ataques inexistentes.
Mariposa Atlas (también llamada “Cabeza de serpiente”). Si no entendí mal, usa su aspecto similar al de dos cobras para ahuyentar amenazas.
También fue este año cuando finalmente sometí a Egon (mi perro) al análisis de un especialista para confirmar que sí, está lleno de miedo, y de ahí sus innecesarias reacciones defensivas. Los traumas de la primera infancia se marcan a fuego, en hombres y perros por igual.
El miedo como emoción posee amplias tonalidades, para algunas personas es imposible esconderlo mientras que otras parecieran ni sentirlo: lo usan “a su favor” como en la estrategia fight or flight y logran salir airosos del espectáculo humillante que supone ser la debilidad. Digo “supone” porque el miedo podría ser un gran aliado de la humanidad si ésta se atreviese a entenderlo y le diera entidad como emoción hecha y derecha, de la que sentir orgullo y no vergüenza.
I would say I'm sorry If I thought that it would change your mind But I know that this time I have said too much Been too unkind I tried to laugh about it Cover it all up with lies I tried to laugh about it Hiding the tears in my eyes 'Cause boys don't cry Boys don't cry
Ya la vulnerabilidad… es otro tema, uno aparte y gracias al cual Brené Brown hizo carrera como autora, y ¡menos mal que lo hizo! (Véanla y léanla en todo lo que encuentren, es una investigadora con foco en vulnerabilidad y todo lo que de ella se desprende). La vulnerabilidad es una cualidad de la “víctima” del miedo (o al menos así lo entiendo yo, para mí miedo y vulnerabilidad van de la mano siempre, en algún nodo se juntan). Ser vulnerable, o saberse vulnerable mejor dicho, es asumir la responsabilidad de que se es débil y sintiente. Para mí, lo más parecido a la confirmación de que estoy viva es saberme débil. Cuando me enfermo, tomo más conciencia de mi cuerpo que cuando me siento bien, cuando sufro, tomo más conciencia de mis emociones que cuando me siento bien, cuando tengo miedo, tomo más conciencia de aquello que valoro que cuando me siento bien. Sentirse bien todo el tiempo es de perdedores, temo, luego existo.
Soy consciente de lo peligroso que es promocionar el miedo en contextos donde el discurso de control masivo descansa, justamente, en generar pánico. No me sorprende que nos resulte tan fácil confundir prudencia con terror: no estamos acostumbrados a reflexionar acerca del miedo. Según recuerdo de mi infancia, el miedo era algo malo, los monstruos debajo de la cama no existían y uno debía recomponerse rápido de la amenaza fantasma así papá y mamá podían volverse a dormir de una vez. No había solución lógica, sino negación de la emoción. En lugar de retomar el sueño tranquilo, el niño se esforzaba en ocultar su miedo con suficiente convicción, apretar los ojos y lograr dormirse después de un buen rato de auto confort.
Se supone que el miedo no tiene influencia fáctica alguna sobre la realidad. ¿Pero, es así?
Hace cuatro meses, un encargado de edificio me contó la trágica historia de un perro que había muerto estrangulado al quedar del lado de afuera del ascensor (o sea en el hall) mientras su dueña, del lado de adentro, despegaba hacia arriba. El impulso del ascensor en movimiento tiró de la correa con una fuerza tal que en cuestión de segundos terminó por ahorcar al perrito. La anécdota me llenó de pánico, instaló en mí el miedo ante una eventualidad que jamás había ni sospechado que podría existir (tuve perros toda mi vida y vivo en edificios con ascensor desde hace más de 10 años). Desde ese día empecé a prestar excesiva atención al asunto, tengo dos perros. Estoy siempre preparada para evitar una tragedia tal.
Hace un mes, me subo al ascensor como todos los días con mis perros sin correa para evitar la catástrofe. Las correas estaban en mi cintura (uso uno de esos cinturones de paseador) y colgaban arrastrándose por el suelo. Por supuesto, quedaron del lado de afuera trabando la puerta y a medida que el ascensor se movía hacia abajo, empezaban a estrangularme el estómago hasta que logré quitármelas gracias a que actué raudamente. En esos milisegundos pensé “¿cómo puede ser que me haya pasado justo lo que buscaba evitar?”. El ascensor se trabó y esperamos por buena parte de una hora a que vinieran a rescatarnos, mientras la puerta se abría y cerraba compulsivamente, una experiencia inolvidable. ¿Habría sucedido ésto de no haber tenido yo previamente instalado el miedo a que suceda? Ayer vi Matrix, y eso me hizo pensar: ¿será que los miedos se nos instalan en la mente como programas?
Pero a mi perra Chloe le da miedo subir por las escaleras, mientras que a mí me da miedo subirnos al ascensor. A veces ella gana la puja, a veces la gano yo. Una logra convencer a la otra en función de cuánto miedo sintamos individualmente. Para mí el miedo es la fuerza opuesta al optimismo, y según como estén mis niveles de esperanza, logro convencer a Chloe de que en la escalera no hay monstruo, o me dejo convencer por ella de que “todo va a estar bien en el ascensor” y soy yo quien cede.
El miedo es una forma de juicio, es la creencia de que “si (x) sucede” se estará en problemas. La vulnerabilidad es la cualidad que salva al miedoso, pues le lleva a asumir la responsabilidad de su miedo y repetir el mantra “Temo, luego existo”. Existo, con otros, y soy capaz de pedirles ayuda ante mi miedo. Es la transparencia con la que Chloe se empaca al pie de la escalera y me mira pidiéndome que la ayude, tomando el ascensor. Y si lo opuesto a la transparencia es la opacidad, así es como se ven esas personas que, negadas a asumir su miedo y expresar su vulnerabilidad, reaccionan violentamente ante cualquier posible amenaza, a menudo equivocándose y alimentando así al monstruo debajo de la cama.
Yo vivo con miedo, temo a una diversidad carnavalesca de monstruos. Tengo miedos afectivos (rechazo), profesionales (síndrome del impostor) y trascendentales (que se expresan como taquicardia). Para mí, el paraíso es un lugar dónde solo me relaciono con personas que me cuidan al hablarme, que no me juzgan ni me engañan. También es un lugar en el que los pequeños descuidos no tienen consecuencias fatales, mi perro no va a morir atropellado porque le puse mal el ganchito del collar y mi madre no va a partirse el cráneo contra el suelo por resbalarse mientras corre a atender el teléfono. Ya viví situaciones que dan miedo, y en todas ellas salí bastante airosa (de traumas hablamos otro día), gracias a que supe asumir el miedo que me generaban dichos escenarios y actué pidiendo ayuda, siempre pidiendo ayuda.
Me da miedo que no me esté leyendo nadie, me da miedo ponerme a escribir en inglés el año que viene porque siento que perdería los cuatro lectores que tenía en español. Pero al mismo tiempo, como soy engreída me encanta mostrarme vulnerable. Estoy tan segura de lo virtuoso que es, que me tiro de cabeza a la pileta de la vergüenza porque siento que temer en silencio es cosa de tibios. Y yo tibia, no soy. Por explicarlo en una escala de vulnerabilidad del 1 al 10, yo estaría más o menos estacionándome en el 9. Me faltan unos céntimos para jugármela del todo, pero ahí voy.
Volviendo a Matrix y aprovechando que está tan en boga, lo que más valoré de volver a ver la peli es que recordé la enseñanza del niñito ¿budista?: “There is no spoon”, que sirve de fuerza interior para que Neo pase de creer que es “uno más” y dé rienda suelta a sus infinitas habilidades. Si el miedo es un juicio pesimista que nos dice que estaremos en problemas “si (x) sucede”, tomar la responsabilidad y hacerle frente vendría a ser la epítome del optimismo: confiar en que las cosas van a salir de manera exactamente opuesta a lo que el miedo vaticina.
¿Quizás el miedo sea entonces una invitación? ¿Una provocación auto generada? Sabemos (sospechamos, bah) que la reacción fisiológica de esta emoción activa unos procesos que suponen prepararnos para sobrevivir ante el riesgo. Pero sabemos también que esta reacción es tan antigua como la vida de nuestra especie, una especie que ya no escapa de leones sino que se enfrenta con bullies en el trabajo, robos de celulares y roturas de corazón.
Para entender mejor lo que significa “There is no spoon” hay una versión más ATP de la misma reflexión que pregunta “¿Qué te atreverías a hacer si supieras que no fallarás?”. Me pregunto cuán capacitados estamos para reconocer nuestros propios miedos y por consecuencia, escondidos detrás de ellos, nuestros más auténticos deseos.
Mientras escribía me vino a la mente el videoclip de Elastic Heart, con la magnífica Maddie Ziegler y el escultural Labeouf. La performance encarna muy bien cómo se siente el miedo.
Let’s be clear I’ll trust no one.
A rivederci, babies! Vuelvo a escribirles pronto. Cuídense mientras tanto y escríbanme también ustedes a mi.
Es este el video de que harías si no tendrías miedo a fallar? https://www.youtube.com/watch?v=ru6yK7gvNbY. F