Yo no quiero decir nada, pero... España recuperó una Cándida.
Corría el año 1913 y el Arlanza recibía a bordo a una niña de 8 años llamada Cándida, que partía desde el puerto de Vigo junto a sus hermanos Isolina, Angélica y Belisario. Candidita llevaba un baúl, y en él sus escasas posesiones. Llevaba también mucho miedo y posiblemente algo de hambre. A pesar de estar emigrando junto a otros cientos de gallegos, cada tripulante cargaba con una historia propia, única y densa, llena de inseguridades y esperanzas. Algunos habrán subido por decisión propia, otros habrán sido impulsados por terceros. Muy probablemente tengas una historia similar a esta entre tus familiares, ya que es la de casi todos los americanos, así que no voy a aburrirte con más insights del estilo, que seguro te los sabés de memoria.
Establecerse en Buenos Aires fue difícil para aquella Cándida, pero de adulta tuvo la fortuna de conseguir un empleo en el prestigioso Banco Roberts, que hoy conocemos como HSBC. Allí conoció a un mejicano del que se ¿enamoró? Del que se embarazó.
Así comienza la historia de la otra Cándida, la que esta semana emigró desde Buenos Aires hacia España. Ésta Cándida lo hizo sin hambre y con un sponsor laboral. Pero también con sueños e inseguridades, tres valijas y un perro.
Emigrar, vaya tarea. Desde que a mediados del 2020 empecé a hacerme a la idea de mudarme a España, me conecté mucho con lo que imagino que debe haber vivenciado mi abuela: el hambre, la incertidumbre, la humanidad. Emigrar es buscar crecer, no importa en qué categoría, emigrar siempre es crecer. Algunos emigran buscando libertad, otros estabilidad, otros pertenencia. Algunos buscamos conectar con culturas que nos representan mejor, otros simplemente buscan llegar a la orilla con vida. Cuando en 1913 mi abuela dejaba España atrás, la movía la crisis laboral. Yo hoy llego a un país del primer mundo con todo y más, mientras a orillas de este mismo territorio cientos de inmigrantes intentan a diario tocar tierra sin tragar demasiada agua. Parecería que no han cambiado tanto las cosas en estos casi 100 años, a penas le trasladamos el problema a otra familia.
Esta impactante escultura, de Ramón Muriedas Mazorra, homenajea a las madres de los migrantes, madres como Generosa, mi bisabuela, que vio partir a sus cuatro hijos en busca de un futuro mejor. Mi madre, migrante también, me repite seguido las palabras de Carmelita, su madre: “A gente cria os filhos é para o mundo” (las madres criamos a los hijos para el mundo). Nunca lo sentí tan claro como ahora, que estoy lejos de todo lo que alguna vez llamé hogar. Acompañada de mi único lazo irrompible: Egon, y nostálgica por la distancia que me separa de mis amistades que son mi familia.
Algunos de los abrazos de despedida me rompieron al medio: el de Tati, el de Cata. Las lágrimas de Iri, que al igual que cuando teníamos 15, lloró mientras miraba cómo mi auto se alejaba por la calle. El llanto compungido con el que abracé a mis amigas buscando explicarles que la distancia me va a costar y que sé que a ellas también. El “te amo” dicho sin ningún pudor.
De este lado: la herencia. La amistad nueva de Clarita. La tarea de cuidarnos y acompañarnos. De este lado también, el origen: llamarse Cándida no suena raro en Madrid. En casa (Buenos Aires), mi otra amiga migrante: Karlita, re-significando mis objetos y espacios, con toda la libertad que respira mi hogar y que quiero que haga suyo también.
Pienso que a la tierra no la hace girar su relación con el sistema solar, más bien la movemos los caminantes: los que insistimos en hacer valer nuestra libertad, en vivir dónde se nos cante, dónde mejor nos parezca y dónde más felices logremos ser, sea como sea que definamos la felicidad.
Para cerrar, les dejo una postal de mi nueva vida, o mejor dicho: nuestra nueva vida.
A la foto la sacó Clarita :)
Hasta la próxima, babies!