Yo no quiero decir nada, pero... ya estamos casi todos mudados a internet.
Internet es un lugar simbólico, intangible, pero es un lugar al fin, un espacio.
¿Cómo no recordar con nostalgia nuestras primeras conexiones? Conectarse a internet en la década del 90 sonaba así, por si alguno de ustedes es demasiado joven o simplemente para que revivan la dulce melodía de una conexión exitosa.
Durante los últimos días me crucé en Instagram con anunciantes de rubros que jamás hubiese esperado ver ahí. Como digo en el título de esta entrega, parecería que ya estamos terminando de desembarcar todos. Durante los últimos cuatro meses, los usuarios pasamos de ser transeúntes de celular en mano a habitantes de sillones que miran fijo un celular. El “estoy mirando” se convirtió en “estoy scrolleando”, y las vidrieras se tuvieron que mudar. Hoy, por ejemplo, vi el anuncio de una tintorería de barrio:
No es habitual ver tintorerías de barrio anunciando en redes sociales, y que lo hagan durante este tiempo cumple dos funciones: busca aumentar la exposición del comercio que antes dependía de la vía pública para así aumentar sus ingresos, y al mismo tiempo le recuerda al otrora transeúnte que podría mandar su ropa a la tintorería, como para no perder la costumbre. Muchos comercios tuvieron que salir a recordarles a sus clientes que siguen existiendo y, gracias a esto, creció el apoyo a los comercios de barrio y al producto de cercanía. El escenario pandémico hizo que reconozcamos a las personas detrás de la proveeduría. Aparecieron los trabajadores esenciales y las relaciones con los pequeños comerciantes cobraron relevancia. Michael Pollan, uno de mis autores favoritos, reflexiona en varios de sus libros acerca de cómo nos alimentamos, y recomienda con insistencia la siguiente regla para asegurarnos de saber qué estamos comiendo:
Shake the hand that feeds you.
Es uno de sus consejos para procurarnos una alimentación más consciente. Y eso fue lo que empezó a pasar con esta pandemia, tomamos consciencia de aspectos que no teníamos presentes hasta ahora. Por ejemplo, de lo importante que es lavarnos las manos, algo que siempre nos recomendaron y que hacíamos por hábito, pero sobre lo que -al menos yo- no habíamos reflexionado hasta marzo de este año.
Ficciones que manipulan el tiempo
En 1993 salió la peli “El día de la marmota", cuyo argumento como todos saben consiste en un ciclo de tiempo que se repite indefinidamente, dándole así la oportunidad al protagonista de revisar, re-examinar y ensayar su vida una y otra vez.
Me dio curiosidad ver que en el último año y poco se hubieran producido no solo pelis sino series que visitan la temática. Me pregunto qué habrá en este relato que nos resulta tan atractivo. Acá un gráfico que muestra cómo creció la temática durante la última treintena. Seguramente haya aumentado el número de producción de todos los tipos de relato, así que el gráfico no dice nada definitivo, puede que sea nomás un número leído con cierto sesgo. Otro día hablamos de eso.
Netflix sacó ya hace un tiempo “Russian Doll” con la gran Natasha Lyonne, corran a verla si aún no lo hicieron.
Y ahora salió “Palm Springs”, en Hulu. Aún no la vi, pero su salida hizo que varios nos sentáramos a reflexionar acerca de lo oportuno de este tipo de narrativas en un contexto como la cuareterna. Otro título que aprovecho para recomendar, si bien no se trata técnicamente de un time warp, es “Forever”, porque busca responder el mismo interrogante: ¿qué estamos haciendo con nuestras vidas?
Literatura y feminismo
Vínculo antiguo si los hay, pero no tan antiguo como me gustaría. Me topé con una colección de estos “muestrarios” de bordado, datados de la primera mitad de 1800, en los que las alumnas declaraban detestar la tarea, y otras incluso se animaban a aclarar que preferirían leer en su lugar.
Cuando leemos literatura femenina inglesa de esta misma época (como Austen, o Brontë) nos topamos indefectiblemente con protagonistas que responden a la siguiente descripción: ávida lectora cuando no escritora, que mantiene una relación de predilección con su padre, que prefiere evadir el matrimonio y que confía en sus capacidades para ser autónoma a pesar de los dictámenes sociales respecto del rol de la mujer. Todo planteado en un escenario romántico y de romance, pero sin escatimar en elementos dignos de un relato feminista. Contemporánea a éstas fue Mary Shelley, autora de “Frankenstein”. Su búsqueda parecería no tiene nada que ver con la de obras como “Orgullo y Prejuicio”, por distar del relato costumbrista; sin embargo hay mucho más feminismo al rededor de esta novela gótica de lo que uno creería. Mary Shelley fue hija de Mary Wollstonecraft, la primera mujer en publicar textos sobre feminismo, incluso antes de que el término fuese acuñado. Si no fue la primera, debe haber sido la segunda, pero por ahí anda. Wollstonecraft plantea, en “Vindicación de los derechos de la mujer” (1792) que la presunta inferioridad de la mujer frente al hombre se debía a la educación que éstas no recibían, comparado con el acceso a la educación como privilegio exclusivamente masculino.
Entonces, leer y escribir -y va a parecer obvio ahora que ya lo dije- es lo que durante siglos separó a las mujeres de la independencia. En el 2020, esta batalla parece haber quedado atrás. Sin embargo, hace poco me crucé con este estudio que analiza los sesgos en la escritura de código. Cuando una mujer hace una sugerencia de cambio en el código de un programador, si declara ser mujer, tiene más chances de que su sugerencia sea rechazada que si lo hiciera sin declarar su género.
Cualquiera diría que a los hombres les sigue molestando que las mujeres escribamos.
La Almodobra
Almodóvar es, para varios, una especie de Andy Warhol. Nadie sabe bien qué hizo, pero se sabe que hizo algo bien. A mí, Almodóvar me gusta mucho, pero mucho mucho. Me gusta tanto que mi película de Almodóvar favorita se llama “Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón”, y en ella no actúan ni Banderas, ni Cecilia Roth, ni Gael García Bernal. Me atrevo a decir que es cine trash.
Lucrecia Martel, directora argentina, también tiene algo de emblemática. No todos vieron todas sus películas, pero entendemos más o menos qué busca, o de qué posa. A mí, Lucrecia me cae bien. Me parece de esas personas que no tienen mucho tiempo para perder en pelotudeces, y me gusta decir que me siento identificada con eso. Hay ciertas costumbres y ciertos hábitos que solo las personas sin ganas de hacer mucho pueden soportar. Las normas sociales son un poco eso, ¿no? Mandatos para gente que no tiene que llegar a ningún lado, gente que “está”. Bueno, Lucrecia no es una persona que “está”, sino una persona que “hace”, al igual que Pedro. Pedro Almodóvar vino al mundo para desarrollar una tarea importantísima, la de hablar de los inadaptados, de los discriminados, de los que buscaron su lugar en el mundo, los que no se conformaron con lo que la sociedad les dijo que eran y se animaron a escribir ellos mismos quiénes son. Eso también me hace sentir identificada.
Lucrecia escribió y leyó un homenaje a Almodóvar en la Bienal de Venecia, el año pasado. Y describió la importancia de su obra con la siguiente agudeza:
Nos liberó de la moral mezquina de los que se llaman a sí mismos normales.
Moral mezquina. Llamarse a sí mismo normal. Dos pecados de los que me considero eximida con el más grande de los orgullos. ¿Por qué lo traigo a colación hoy? Porque Pedro dedicó su obra a las mujeres. A explicarnos, a homenajearnos, a retratarnos. Pedro produjo cinco décadas de relatos cinematográficos con la mujer como centro. Su productora, fundada en 1986, se llama El Deseo. Y somos las mujeres las que trajimos al deseo a la agenda al pretender hablar de cuerpos y de independencia en la misma conversación.
Así que ya saben, si alguna vez quieren entendernos un poco mejor, mírense una de Almodóvar.
Ya son varios los lectores que me cuentan en qué momento aprovechan para leerme. Me encanta saberlo pero también me sirve. Ya tengo un “mientras espero un render” también un “mientras espero a que me atiendan en el médico” y mi favorito hasta el momento: “gran lectura para el baño”. Uno de los desafíos con los que me enfrento cuando me siento a escribirles es lograr ecualizar entre no ser ni muy escueta ni muy extensa, así que bienvenidos sus testimonios.
Les mando fuerza, y les deseo un feliz agosto.
Hasta la próxima, babies!