Yo no quiero decir nada, pero... ya no se puede ni hacer un chiste!
Durante el último tiempo empecé a escuchar, cada vez más seguido, el siguiente reclamo: “Pero, ¡¿ni un chiste se puede hacer ya?!”. Un reclamo que se basa principalmente en el nuevo fenómeno cultural que consiste -nada más y nada menos que- en respetar a las minorías vulneradas por la sociedad: este nuevo movimiento propone dejar de usar como objeto de risa a las personas gordas, a etnias empobrecidas, a las personas que nacieron con trisomía, a las religiones asociadas al ahorro de dinero, a las mujeres por diversas de sus características (físicas, intelectuales, emocionales, etc…) y más targets (homosexuales, cornudos… podría seguir hasta mañana).
El factor común está a la vista: hay un grupo que no suele ser objeto de burla casi por defecto: los propios escritores de dicho subgénero de la comedia. Dentro de este selecto comité también hay autores que, perteneciendo a grupos como el de las religiones vinculadas con el ahorro de dinero se burlan de, digamos, por ejemplo: las mujeres o las personas que nacieron con trisomía. Hay también mujeres que se burlan de cornudos y mujeres que se burlan de otras mujeres, por ejemplo: las gordas.
Este newsletter se pone cada vez menos gracioso, ¿lo notaron? Ya lo sé…
El punto es que -y alejándome un poco de la crítica hacia el humor burlón- llevo un buen tiempo reflexionando acerca de otro subgénero de la ¿literatura? humorística: los chistes… 🥁*drum roll*🥁… ¡POLÍTICOS! y su gemelo malvado: los chistes cuyo objetivo son las causas humanitarias (sí, estoy hablando de los Talibanes en Afganistán, un tema muy de moda).
Momento. Antes de llegar al sur de Asia les propongo hacer una parada por la zona más austral de nuestro querido planeta: La República Argentina *se lleva la mano al pecho*. ¿Por dónde empezar? El cumpleaños de Fabiola, uno de los eventos más desafortunados de este gobierno gracias a la simbología que engloba. El país se hundía un 6.5% más en la pobreza, alcanzando así el 42% que aloja a 3 millones de indigentes, situación fuertemente propiciada a raíz de la pandemia del COVID y las medidas de prevención implementadas por el presidente y su gabinete. En ese contexto, sucedió lo terrible: la primera Dama no se aguantó y quiso festejar su cumple con amigos. Uno más de los grupos que se reunieron de manera clandestina, a pesar de que el presidente insista en que “clandestino no fue porque para entrar a Olivos te toman los datos” (¡chistazo, presi!).
Hubo un solo momento de mi vida en el que el discurso de un presidente me conmovió: la carta de Alberto a los argentinos al decretar el primer Aislamiento Social Preventivo Obligatorio. Me conmovió que intentase darnos esperanza, me pareció bien la medida (no imaginaba el final). Me hizo sentir parte de un mundial en el que realmente alentaría por mi país, quería que fuéramos el territorio con menos contagios y muertes, me ilusionaba pensar que podríamos ponernos las pilas ante semejante catástrofe global, considerando especialmente la situación de vulnerabilidad en la que se encontraba ya para ese momento la Argentina: un índice de pobreza del 35.5%. Esto fue en marzo de 2020. Ya por julio le pedí a mi jefe que por favor me sacara de ahí. Los vuelos no tenían fecha cierta de reapertura, mi madre estaba en otro país, y mis pesos valían cada día menos. El panorama solo oscurecía: Argentina se hundía y me arrastraba a mí con ella. “Patria amada, hasta aquí llegó mi amor”, pensé. Hoy miro atrás hacia ese momento y observo lo bien que leí aquellas señales, ya que fue también por julio de 2020 cuando el cumple de Fabiola tuvo lugar en Olivos, tan solo tres meses después de que el presidente me emocionara con su pedido de encerrarme sola en mi casa por un tiempo para luego poder, “mirarnos a los ojos, estar orgullosos de nosotros como sociedad y entonces sí, darnos ese abrazo.”
De los chistes que refieren al evento, el único que me hace gracia es este:
Pero lo que verdaderamente me preocupa es la facilidad con la que implementamos la risa como vía de escape a éstos problemas. Atenti: escapar de problemas no es lo mismo que evitar meterse en ellos; cuando se está en problemas (como estamos todos los argentinos), lo debido es resolverlos, y es por eso que aprender a reírnos de ellos resulta muy arriesgado.
En la Grecia Clásica se debatió lo suficiente acerca de la risa como para sentar las bases del género humorístico: existen la risa bien intencionada (adecuada), y risa mal intencionada (injuriosa). De dicha dualidad se desprende el siguiente manifiesto aristotélico “…aquellos cuyos chistes son de buen gusto son llamados ingeniosos por ser inteligentes y vivaces” que aleja así de la posición virtuosa a todo autor cómico cuyo recurso para la risa surgiera de la burla y la ridiculización. Pero ¿qué relación tiene ésto con el humor político? ¿Quién es el sujeto ridiculizado en una pieza de humor político? ¿Quién es el objeto de burla del siguiente meme? Pista: el presidente no es.
El ejercicio para entender de quién se burla este chiste es simple: consiste en pensar quién es la verdadera víctima. Así es, la verdadera víctima es el pueblo argentino.
En la risa hay agencia. Citando nuevamente a los griegos (Gorgias) “se debe matar la seriedad del oponente con las bromas y sus chistes con seriedad”. Pero, cuando reímos sin analizar el objeto de risa, corremos el riesgo de convertirnos en reaccionarios. Al reírnos sin reflexionar acerca de qué nos estamos riendo entramos en un adormecimiento acomodante. El humorista arrulla nuestra capacidad crítica con su canto de humor y la pone a dormir la siesta. Nos acomodamos en la facultad suavizante de la risa y así, el humor político funciona como una medicina que nos permite seguir adelante como quien ignora un elefante de neón en el living mientras se dirige hacia la habitación.
Puede parecer que mi intención sea cancelar el humor político. Pero no, busco reflexionar acerca del impacto del mismo y entender cuáles deberían ser sus límites naturales, quiero decir, ¿cómo podemos darnos cuenta de que hay ciertos chistes políticos de los que no deberíamos reírnos más? ¿Por qué? Profundizo sobre eso a continuación:
El antecesor del humor político actual (la sátira) tenía por objetivo atacar al poder, sirviendo así como herramienta de reclamo, y al mismo tiempo el humor es una forma de ver el mundo sin tomarse en serio las cosas serias. Humor político son todas aquellas estructuras de lenguaje a través de las que se expresa, de manera disonante, una relación de poder, cualquiera sea ésta. La razón por la que elijo vincular al humor político que hacemos hoy los argentinos con el humor burlón (y ya no más humor crítico) es que nuestros chistes de política se parecen mucho a los chistes de cornudos. Pido permiso para morder la banquina: el otro día leí un chiste que contaba como una mujer blanca, al parir un hijo de piel marrón, culpa a su marido (blanco también) de haberse acostado con una mujer negra. Éste no es un chiste de cornudos, sino un chiste ingenioso acerca de cómo una mujer adúltera diseña su último plan posible para intentar salirse con la suya. Lo que llama la atención inmediatamente del chiste es lo absurdo del plan, no que el hombre sea cornudo. La hilaridad de este ejemplo está directamente relacionada con el hecho de que sea imposible que el hijo reciba una herencia genética de la amante de su padre. El chiste poco tiene que ver con feminismos o racismos, funciona ambivalentemente para todas las etnias y géneros. Pero puede ser fácilmente confundido por ofensivo si al analizarlo solo nos enfocamos en los elementos o sujetos en lugar de hacerlo en su estructura, y acá me pongo categórica: los aspectos cruciales al analizar el humor son su estructura y su objeto. Hay chistes que no nos causan gracia porque tocan una fibra personal, pero éso no significa que el humor deba morir ni que debamos cancelar ciertas narrativas de la comedia: el pensamiento lateral que el humor habilita y permite es vital para una humanidad socializada.
Lo que en cambio sí es importante, es analizar de qué nos reímos cuando nos reímos. Es importante descifrar, por ejemplo, ¿qué es lo gracioso al reírnos de una mujer gorda?¿Qué es lo gracioso de reírnos de un presidente organizando una fiesta clandestina en su casa presidencial, en pleno decreto de ASPO mientras el país se hunde aún más en la pobreza? ¿Qué es lo gracioso de un niño con una discapacidad? Exacto, nada. En mi opinión tenemos que aprender a mirar mejor, a leer mejor, a reír mejor. Tenemos que exigirles a “los graciosos” que hagan chistes más ingeniosos y menos burlones, que dependan más de su intelecto y no tanto de las condiciones que la sociedad actual define como deficientes, que se tomen más en serio problemas que si dejamos pasar desapercibidos gracias a que aprendimos a reírnos de ellos corremos el riesgo de olvidarnos de que existen, y ahí… ahí sí que estamos jodidos. El humor político no es reírse de los políticos, ni mucho menos de sus gobernados. El humor político sirve para poner en ridículo a las decisiones que toman los políticos, sirve para exponer su falta de ética y para difundir masivamente una información que -caso contrario- quedaría reducida a los escasos lectores políticos. El humor gráfico político cumplió históricamente esa función y los “memes de política” están deformando su tarea. Éso también es call-center, no nos durmamos en los laureles.
La función genuina del humor político es criticar objetivamente las acciones de aquellos en situación de poder. Sirve de arma para el débil, es una licencia aceptada para que éste comunique sus inconformidades, y el único desafío que encierra es el de hacerlo de manera creativa y provocadora. Si bien todo muta (incluso el humor político) y eso es sano (además de inevitable), me importa reflexionar acerca de la dirección en la que muta el humor político en el tercer mundo. Si un mensaje no puede ser interpretado sino dentro de su contexto, ¿por qué son válidos los chistes acerca de nuestra situación política en un contexto como el argentino? ¿Hay sectores a los que podría resultarles utilitario que se tuerza la forma de hacer humor político en un país cuyo rumbo económico parece ser decididamente la ruina?
En resumen: si en la comedia clásica que origina dicho subgénero resultaba imposible que el objetivo del chiste fuera el Demos (el pueblo), y las flechas críticas debían apuntar hacia los ricos, los poderosos y los dirigentes… ¿estamos siendo cómplices de que nuestro humor político mute en la dirección equivocada?
“Every joke resembles a tiny revolution.”1
Algunos teóricos señalan que el humor político tiene un nivel bajo de agencia de cambio, pero la realidad es que -como herramienta y más allá de su nivel de impacto- puede servir como una de dos: expresión de resistencia social o dispositivo de control. Los medios de comunicación median e intensifican la discusión pública, ya sea permitiendo o limitando la argumentación política y el ejercicio crítico de la razón. En 2021, las redes sociales son protagonistas en la tarea de garantizar el acceso a la información necesaria para dicho ejercicio crítico. ¿Qué función educativa (¿o debería decir adoctrinante?) cumplen entonces los memes políticos que circulan por twitter? Como correlato a la opinión política de los medios tradicionales, y de cara a una audiencia joven a la que poco seducen los periódicos, “lo que twitter dice” de la situación política del país funciona como un músculo poderosísimo (y peligrosísimo) de formación intelectual masiva.
“A society that is able to vote has no urgent need of political jokes, for it has more effective ways of easing political tensions.“2
Cuando la reflexión política del pueblo (incluso tratándose del humor) no es el acto subversivo que supone, el humor político pierde su cualidad de desafío para así convertirse en mera pieza de entretenimiento. Si los conflictos sociales se disimulan entre relatos humorísticos, gana la estrategia de manipulación de quienes tienen el poder, manteniendo al descontento social dentro de unos límites controlados y ante un espejismo de reclamo social. El humor político debe seguir existiendo puesto que sirve como invitación al análisis y alcanza a usuarios que difícilmente llegasen voluntariamente a reflexionar sobre temáticas serias, ahora bien, cuando el humor político ridiculiza al pueblo se evidencia lo indiscutible: aquel que no se conoce a sí mismo es incapaz de darse cuenta de que es de él de quién se están burlando.
Quiero hacer una aclaración editorial que es también un llamado a la solidaridad: soy una persona que abusa de los signos de puntuación. Si alguien con capacidades desea corregirme y enseñarme a usarlos mejor le ofrezco a cambio una clase de pronunciación en inglés o portugués (es de lo poco que sé y puedo hacer vía videollamada). No es joda.
Hasta la próxima, babies!
George Orwell, 1944.
Gregor Benton, “The Origins of the Political Joke”, 1988.