Mi último martes 13 llegó después de una noche de poco sueño, resultado de haber trabajado hasta muy tarde y de una invasión de viento que no me permitió descansar las pocas horas que me quedaban disponibles para hacerlo. Amanecí antes que el propio día, porque tenía una presentación importante con un cliente que había venido desde Amsterdam para éso. A las 7am ya estaba sentada frente al ordenador ultimando detalles, y cerca de las ocho ya me había vestido y peinado. Antes de irme a la oficina pasearía a mi perro, claro. Mi amiga Luisa, con quien trabajo, ya estaba allí, así que le mandé el siguiente mensaje: “Bajo a Egon a mear, y voy para ahí”, como si de una profecía auto-cumplida se tratase.
Saliendo del departamento con Egon, recuerdo haber mirado hacia la puerta aún estando adentro de mi casa: el paraguas colgando del picaporte, las llaves puestas. Me pregunté si debería llevar el paraguas, y como se suponía que iba a ser una salida breve, lo dejé ahí, colgado. Cuando me di cuenta de que había dejado las llaves puestas del lado de adentro ya era muy tarde: mi única opción era irme hasta la oficina caminando, con el perro, y concentrarme mucho para no perderme por el camino, pues no sólo había dejado adentro las llaves, también el móvil. Por suerte ya estaba vestida y decorada, lo suficientemente presentable como para no verme tan mal tras 40 minutos de una veloz caminata bajo la excepcional lluvia madrileña.
La presentación salió bien y Egon se portó bien bajo el cuidado de otras compañeras, mientras yo hacía de cuenta que tengo capacidad para liderar el departamento de (nada menos que) Estrategia para la región Europea en una de las agencias de Marketing más prestigiosas del mundo.
No fue hasta el mediodía, después de presentar y teniendo todo lo laboral bajo control, cuando me llegó la hora de pagarle €90 a un hábil “cerrajero” que abrió mi puerta con un pedazo de plástico en menos de dos segundos. Llevaba ya casi cinco horas sin el móvil, recomiendo la experiencia. Pero, recomiendo también que tengan estudiado este tutorial de cómo abrir una puerta con un plástico, por si en el momento no tienen el móvil encima.
Al final del día salimos con los de la oficina a celebrar el cumpleaños de Carmen, quien al igual que yo, perdió a su padre. La diferencia entre su caso y el mío es que Carmen tiene 29 años y ha perdido a su papá hace apenas un año. Carmen, al igual que yo, tiene una playlist en Spotify hecha por su papá con las canciones que le gustaban. Carmen, también al igual que yo, reniega porque sus hermanos mayores han tenido la suerte de vivir eventos importantes de su vida al lado de su padre, cosa que ninguna de las dos podremos saborear jamás.
Éste es el primer cumpleaños de Carmen sin su papá. Y nuestra compañía, la de sus amigos, resultaba entonces vital para salir exitosa de una de las pequeñas micro-tragedias que enfrentamos los que ya hemos perdido a un progenitor a temprana edad. Carmen nos hizo saber la importancia de nuestra compañía de manera explícita y al igual que lo dijo el jueves pasado, al son de “hace seis meses no erais nadie en mi vida, y míranos ahora.”
Éste sentimiento que expresa Carmen es muy importante para mi, a quién la vida se ha encargado de repetirle a través de variados interlocutores, que “los amigos son los hermanos que se eligen”, y que “nosotros somos tu familia” (no mi familia real, sino mis amigos y sus familias). Estos clichés, por más bonitos y genuinos que sean, jamás han sido capaces de resonar en mí como verdades más grandes que la soledad que siento cada vez que busco un abrazo familiar en el que descansar. Me ha faltado siempre y me ha de seguir faltando, y mi trabajo espiritual consiste en aprender a vivir feliz a pesar de ello. No tiendo a confundir símbolos por verdades, y ésta no sería la excepción. No tiene que ver tampoco con lo genuino de la intención de quien ofrece el abrazo, sino con la expectativa incumplida de la niña crecida que los recibe. La niña crecida soy yo, claro está.
El punto es que, todavía era martes 13 y, a determinado momento de la noche, Carmen me dice “Tenía miedo de romperme hoy… es mi primer cumpleaños sin mi padre”. Mis 16 años de experiencia en falta de padre me hicieron salir mecánicamente de mi lugar, sin pensarlo, en su dirección. De estar sentada en mi silla, fui directo a abrazarla (para mí, una suerte de proeza que aprendí a ejecutar aunque me sienta incómoda cada vez que lo hago). Cuando quise darme cuenta ya era demasiado tarde. Estaba pronunciando las palabras que jamás creí decir yo misma, todas ellas expresiones cursis y clichés. Mi mente me dictaba ideas como “Mira Carmen, ésto solo empeora” o “Lo vas a echar de menos cada día de tu vida, y te irás olvidando de su voz, su cara y su olor, y tendrás pesadillas en las que él vuelve de la muerte a buscarte y no sabe ni donde vives ni cómo te ves.” Afortunadamente, los clichés hablaron más fuerte que mi ego herido y pude decirle lo que también es cierto: “Mira Carmen, el amor que sientes por él no desaparece sino que muta, no se irá a ningún lado.” Con una certeza que nunca antes había tenido, le expliqué que ese amor no mengua, ni disminuye, si algo logra hacer es multiplicarse y cambiar de posición. Aparecen nuevas personas a las que amar, y nuevas personas que nos aman, tan solo hay que saber hacerles espacio.
Ni tan mal para un día que parecía arremeter en nuestra contra. Sospecho, además, por la cara con la que llegó al trabajo al día siguiente, que los días de mala suerte para Carmen son más bien los miércoles 14, en especial si caen después de una noche de farra ;)
Una mención al Lunes 12
Durante una de las tantas reuniones laborales del lunes mientras preparaba la presentación para el martes, recibí un mensaje que esperaba desde antes de que existiera el WhatsApp. La noticia de que Jorge, el papá de mi amiga Glori, también nos había dejado. Luchó por 26 años con una condición que fue la misma que a mi papá le dió a penas un mes y medio de supervivencia. Cuando me tocó a mí enfrentar el diagnóstico que Glori sufría a diario desde la infancia, no tuve dudas: yo prefería que mi papá nos dejase cuánto antes, su cuadro era mucho peor que el de Jorge, ya que dentro de las muchas limitaciones que tenía él siguió viviendo su vida, diferente, pero la vivió. Vio nacer a sus 8 nietos, casó a sus dos hijas y vió a River Plate ganar decenas de veces. Así lo describió Glori con su arte habitual: “¿Qué te mantuvo atado de manera férrea a la vida? La única respuesta que me animé a esbozar, a lo largo de todos estos años, fue que amabas a tu familia. Ante la adversidad, preferiste entregar tu cuerpo, tu habla, tus placeres, antes que dejarnos. Y así permaneciste. Para graduaciones, casamientos, nietos, aprendizajes.”
Los duelos en vida son muy complejos, difíciles de entender. La información está siempre entre líneas, hay que aprender a leer. Lamenté profundamente estar tan lejos y no haber podido abrazar a mi amiga con intensidad este lunes 12 de septiembre. Ella me recordó que tampoco pudo hacerlo cuando me tocó a mí despedir a mi papá que, a propósito, también se llamaba Jorge.
Al recibir el mensaje, interrumpí la reunión de trabajo en la que estaba, me tapé la cara y expliqué entre sollozos lo que había sucedido. Respiré yo también aliviada, porque, al fin, mi amiga dejaría de sentir ese miedo constante: después de 26 años, Jorge Montanaro había logrado irse a descansar, y era la hora de que Graciela, Glori, Sol, Diego y Yampi lo hicieran también.
Conozco pocas familias tan seguras de permanecer unidas en la adversidad, es la familia con la que pasé mi primera Navidad sola después de que mi papá muriera y mi mamá se fuese a pasarlo a Brasil con su familia.
PD: Gracias, Graciela, por haberme puesto un regalo en el arbolito, no te imaginas cuán feliz hiciste sentir a esta niña crecida ése diciembre de 2006.
Hasta la próxima, babies. Les dejo una última frase que, para mí, resume lo que quise decir con este montón de cursilerías ;)
“Todo es vibración.” Albert Einstein.